viernes, 5 de abril de 2013

La ceremonia del té



Cuentan los chinos que hace unos cinco mil años estaba el legendario emperador Shen Nung sentado a la sombra de un árbol silvestre que se mecía cadenciosamente con los aires de una suave brisa, cuando observó unas hojas que caían en una olla de agua hirviendo. Atraído por el aroma, bebió aquella infusión y sintió una especial sensación de bienestar. Había nacido el chà, el té.
El chà forma parte de la cultura oriental desde el principio de los tiempos y está muy presente en el budismo, que, junto con el confucionismo y el taoísmo, sientan las bases del pensamiento chino. Los budistas aseguran que fue, de hecho, el príncipe Bodhi-Dharma, fundador del budismo zen, quien una noche soñó con todas las mujeres que había amado. Avergonzado de su libido, prometió no dormir para no volver a soñar, pero cuando estaba a punto de sucumbir doblegado por el cansancio, encontró un arbusto de chà, mascó algunas hojas y consiguió que sus ojos siguieran abiertos, concentrados en seguir los dictámenes de su mente y no los de las partes más erógenas de su anatomía. 
Esta y otras propiedades convirtieron pronto al chà en una bebida de culto. En el siglo VIII, Lu Yu, llamado el Sabio del té, escribió en China el Cha Jing o Biblia del té, el primer tratado monográfico sobre el chà. El Cha Jing aporta datos precisos sobre los tipos de arbustos, métodos de elaboración o formas de recogida. Lu Yu clasificó incluso las aguas para prepararlo, que estudió siguiendo ríos, arroyos y fuentes. 
El chà en la ceremonia china
En su búsqueda por conseguir la bebida perfecta, los chinos se decantaron por la infusión, que elaboraban siguiendo más o menos los mismos pasos:  calentar agua hasta el hervor, verterla en los recipientes para aclimatar el barro, desechar este agua, llenar la tetera con hojas de chà hasta una tercera parte de su capacidad, cubrirlas de nuevo con agua hirviendo, dejar reposar el resultado y pasar éste a una jarra para unificar el sabor antes de distribuirlo.
Todo este proceso requería un amplio dispositivo de herramientas y menaje. Los chinos analizaron  las mejores maderas para el fuego y el metal más apto para las ollas, hicieron jarras para servirlo, cajas para guardarlo, vasos para olerlo, cuencos para beberlo, tapas para mantener el aroma, bandejas para recoger la infusión derramada, molinos para molerlo, cucharas para batirlo y cazos para servirlo, elaboraron pinzas, cucharas y palillos. Para las teteras desecharon los materiales impermeables como el metal o la porcelana y optaron por la arcilla de Yixing, una tierra porosa y uniforme que se empapa con el uso y crea una fina pátina interna que intensifica y define su sabor.
Desde siempre, en China, preparar el chà ha sido un acto solemne que requiere concentración y precisión, y que reúne los cinco elementos del mundo material: el metal de la tetera, la madera del carbón, la tierra de la cerámica, el agua de la olla y el fuego que calienta todo. La infusión de chà varió según el tipo de hoja, el lugar, las costumbres o incluso la religión. Unos lo preferían rojo, otros, verde; otros, negro. Unos seguían a Lu Yu y lo bebían puro, otros añadían jengibre u otras especias. Los de aquí en vaso, los de allá en cuenco, a veces tapado, otras humeante. 
Los monasterios zen optaron por el matcha, polvo de té elaborado a partir de hojas verdes y frescas,  especialmente ricas en antioxidantes y estimulantes. El matcha se mezclaba en un cuenco con agua caliente y se batía con un cepillo para conseguir una espuma homogénea. Ese fue el tipo de chà que Eisai, un monje budista, llevó consigo a Japón en el siglo XII, el que tomaron los emperadores y bebieron los samurais. 
Los japoneses no se centraron en la bebida, sino en la escenografía y en el momento, en disfrutar aquel instante efímero, incompleto e imperfecto como la propia vida que había que experimentar con plena consciencia. A lo largo de los siglos, la filosofía zen convirtió el tomar chà en uno de los caminos de la vida, en el chado o sado, el camino del té, una disciplina compleja y profunda, hoy con categoría universitaria.  
El chado se rige por los principios wabi, (simplicidad, austeridad y belleza), y contiene una verdad irrevocable: nada dura, nada es completo, nada es perfecto. En el chado, beber una sencilla taza de chà requiere, como mínimo, armonía con el entorno, respeto hacia el anfitrión, pureza de espíritu y tranquilidad en el corazón. Agradezcamos el tiempo, propone, gocemos su fugacidad, miremos lo pequeño. Tomar unos pocos dulces con unos sorbos de un cha puro y amargo puede prolongarse así entre una y cuatro horas. Es un rito delicado en el que cada objeto tiene un significado, un lugar y una función perfectamente definidos, desde la arquitectura hasta las flores. La casa será de madera, estará entre la naturaleza y el silencio, y no medirá más allá de cuatro tatamis y medio. Tendrá una puerta baja, ante la que los invitados deberán inclinarse para entrar. Se llegará por un camino de piedras regado con agua y, una vez dentro, cada movimiento seguirá una elaborada coreografía cargada de reverencias y significado, desde los rollos de papel con poemas o paisajes al cuenco o chawan que todos apreciarán durante los giros.  
El cha en la ceremonia japonesa
Europa permaneció ajena al chà y a sus rituales hasta el siglo XVI. Poco a poco, los barcos de las Compañías de Indias comenzaron a descargar en los puertos de Lisboa, Ámsterdam y Londres unas cajas atiborradas de hojas secas. Llegaron envueltas en un manto de reverencia y solemnidad y precedidas por una leyenda que hablaba de un misterioso ritual  profano y doméstico, una ceremonia que la Inglaterra del XIX habría de apropiarse para convertirla en algo completamente nuevo: el  Afternoon Tea. 








4 comentarios:

  1. Fascinante.
    Desconocía el origen zen del té.
    Pero soy teísta desde siempre y desde hace unos años he retomado la costumbre. En squitos, eso sí. Debido, sobre todo, a sus propiedades suavemente excitantes: nada como un buen té para mantener el cuerpo confortable y la mente activa pero despejada.
    Gracias por enésima vez. Es un lujo poder disfrutar de estos cuentos verídicos cada viernes por la mañana.

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  2. La verdad es que yo también lo prefiero en bolsitas o saquitos, es más limpio y práctico. Aunque no creo que los puristas estén muy de acuerdo...dicen que tiene menos propiedades.

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  3. No creo que pierda propiedades por la bolsa, será por la conservación. Desde luego es mucho más cómodo. Te digo lo mismo que Elena. Gracias Almudena, ya estamos esperando al viernes para disfrutar de tus instructivas y delicadas historias sobre la mesa, a falta de tener tiempo para sentarnos en ella en tu compañía. Un besazo!

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  4. Un besazo, Mónica. Estaría bien sentarse alrededor de una mesa para hablar de historias de la mesa.

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