viernes, 12 de julio de 2013

El chiringuito

El primer chiringuito de España, en Sitges.
El periodista César González-Ruano llegó a Sitges en 1943. Regresaba de una Europa en guerra, que llevaba cuatro años matándose, y encontró un país miserable en el que todavía humeaban las bombas de su propio conflicto. Aún así, Sitges, un pequeño pueblo de la costa de Barcelona, era en aquellos días más tranquilo que París o Berlín.
Ruano se instaló en una agradable casa de dos pisos de una calle céntrica e importante, a pocos pasos de la playa. Allí había “un café extraño sobre la misma arena, como un pabellón de cristales donde me pareció que podía escribir cada mañana”, uno de esos merenderos acristalados que ofrecían pescado fresco, comida casera y unas pocas bebidas. Todos los días, sobre las diez, el escritor llegaba al local con los ojos semicerrados, luchando contra los estragos del alcohol del día anterior y pedía un café y un coñac. Se sentaba frente al mar ante una mesa de azulejos y escribía. Jamás redactó una sola línea entre la rigidez de un despacho, iba de vez en cuando a Barcelona a cobrar o a hablar con los periódicos o las editoriales, pero la mayor parte del tiempo lo pasaba en aquel kiosko dedicado a escribir y a beber. Tal era el temblor de su pulso generado por los efluvios etílicos que a veces tenía que sujetarse la mano derecha con la izquierda para conseguir unos trazos más o menos firmes. Sobre la una, llegaban algunos amigos para hacer tertulia, escritores o pintores locales, acompañados por el médico del lugar, el doctor Benaprés.
Desde allí y durante los cinco años siguientes, Ruano envió sus textos semanales a La Vanguardia o al semanario Destino. Rodeado de aquel azul inmenso terminó todo tipo de escritos, artículos, poemas e incluso varios libros. Sus lectores se fueron acostumbrando a sus divagaciones en aquel merendero y a utilizar algunas de sus expresiones. 
Espetos de sardinas
"El kiosket", así se llamaba el lugar, tenía un encanto auténtico. Era una construcción rudimentaria, como tantas otras de las que salpicaban la costa española, esas que derivaban de los rústicos chamizos construidos con cuatro palos y un techo de cañas que, desde tiempos inmemoriales, hacían los pescadores a la orilla del mar para, de madrugada, asar unas sardinas y matar el hambre tras una larga noche de faena. Los pescadores pinchaban los pescados en un palo y, sobre un bancal, hacían una hoguera con leña de almendro, una madera que daba buen ascua y ardía con facilidad. Allí, resguardados del viento y del frío por la protección de las cañas, las sardinas se iban haciendo lentamente mientras despedían un olor inconfundible.
El olor era intenso, pero atrayente. A veces, los vecinos más madrugadores se acercaban a las hogueras para comprar aquellos sabrosos espetos recién asados, era un atractivo más de la costa y del verano: sentarse junto a los pescadores y disfrutar del pescado fresco antes que apretara el calor. Cuando los visitantes y forasteros llevaban su propia comida, los propietarios de los chamizos les ofrecían también una mesa en la que comer sentados.
A mediados del siglo pasado ya vendían también bebidas. Entre las más demandadas estaba la gaseosa Sanitex, que mezclada con vino, hielo y una rodaja de limón, se convirtió en la pariente pobre de un cóctel típico español, la sangría, que se popularizó en la costa con el nombre de "tinto de verano". 
Tinto de verano
Los chambaos, como los llamaban en Andalucía, se montaban al empezar el verano y se desmontaban en otoño. En algunas partes, sobre todo en el norte, tuvieron que construir sobre la arena plataformas de cemento con cerramientos de cristal para poder abrir al público cuando el clima fuera desfavorable. Se transformaron así en unos merenderos característicos con una oferta gastronómica propia, a base de platos que pudieran cocinarse al aire libre elaborados con materias primas fresquísimas.
La carta era tan diversa como los lugares en los que se encontraban, pero todos echaban mano de sus productos típicos: Cataluña se especializó en  combinar carne y pescado y creó platos como el pollo con langostinos o el conejo con gambas; Levante se decantó por los arroces y las pastas de los que surgieron las paellas y los fideos a la cazuela. El pescado guisado se denominaba de una manera distinta según el lugar: suquet, bullit, o caldereta. Andalucía prefería el pescaíto frito, pero siempre había otras cosas, muchos productos del mar como almejas, coquinas, mejillones, conchas finas, gambas,  salmonetes, salmonetitos, chanquetes chinos,  boquerones, calamares, calamaritos,  puntillitas, adobo, o pescados más grandes como la rosada o el mero.
Aquellos merenderos no ofrecían ningún lujo más allá de la cercanía del mar y una comida recién hecha. La gente llegaba de la playa y devoraba las sardinas con la mano, como los pescadores, de forma espontánea y natural. Casi nunca había servicio, eran los propios clientes los que se acercaban a la barra y llevaban los platos y las bebidas a una mesa desnuda sin mantel. Nada de florituras, copas o palas de pescado, tampoco hacía falta reservar. La gente, bullanguera, esperaba de pie que las mesas quedaran libres y todos hablaban a gritos tratando de hacerse oír.  
Placa a González Ruano en Sitges

“El kiosket” ya tenía treinta años cuando Ruano llegó a Sitges, era el lugar de reunión de los indianos más pobres, de aquellos que habían hecho las Américas sin ganar lo suficiente para erigirse una mansión afrancesada con un jardín y una palmera. Ruano les escuchaba cada día utilizar una viejo término antillano, pedir un "chiringuito", para referirse al café de puchero, y el sonido de la palabra le gustó. De vez en cuando, en sus artículos, hablaba de sus andanzas frente a su propio chiringuito con su mar y su coñac. Tanto lo repetía  que sus lectores se familiarizaron con el vocablo y pronto toda España lo hizo suyo para hacer referencia al bar que había sobre la playa.  Hasta el propio "Kiosket" tuvo que cambiar su nombre. Era un sonido demasiado bonito, una palabra demasiado saltarina e infantil como para pasar desapercibida, un fonema que, una vez emitido, siempre evocaba unas imágenes preciosas y soleadas, el recuerdo amable de la sensación de libertad.

5 comentarios:

  1. Me has llevado a la playa, Almudena... :)
    No sabía que el "chiringuito" fuera el café en Antillas... eres una fuente del saber :D :D
    Muy adecuado para estas épocas... ;) el chiringuito de playa está presente en la vida de todos los que alguna vez hemos veraneado en la costa...
    Y eso que yo no amo precisamente las sardinas...
    Pero me ha encantado el artículo. Sabiduría popular... Gracias una vez más...:)

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  2. ¡Delicias de la playa..., espetos, tinto de verano, bañito de agua salada y de sol...!
    Me ha encantado leerte, Almudena.
    Muaksss

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  3. Prefiero chiringuito a Kiosket, definitivamente... A mi mente vuelve el tierno recuerdo de un chambao, con techo de cañas, en la preciosa playa de La Herradura, donde pasé mis mejores veranos de la infancia. Un beso querida amiga.

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  4. Lo malo, quedarse pensando en olas en esta noche de Madrid...

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