viernes, 23 de agosto de 2013

La porcelana de Limoges

Mesa puesta con platos llanos de porcelana de Limoges
La ciudad de Limoges conocía los secretos de los hornos mucho antes que los reyes franceses instalaran allí la primera fábrica de porcelana. Enclavada a unos doscientos kilómetros al sur sudoeste de Paris, en la céntrica región de Lemosín, goza de una situación privilegiada para la alfarería gracias a sus frondosos bosques, que aportan el combustible indispensable para hacer leña, y a las aguas del río Vienne, cuyo abundante caudal ha hecho girar los molinos donde los artesanos han elaborado sus materias primas desde hace siglos.
La fama de Limoges comenzó en la Edad Media, hacia el siglo XII, cuando los caballeros cruzados trajeron consigo los secretos bizantinos del esmalte champlevé o excavado, una técnica realizada sobre planchas de cobre talladas y ahuecadas con buril o ácido en cuyas depresiones aplicaban espesas pastas de vidrio. La plancha se introducía en el horno y el resultado se pulía hasta obtener una obra rica, brillante y única. Con esta técnica, los monjes de San Marcial, en Limoges, fabricaron cálices, arquetas y relicarios tan bellos que su fama se expandió por el Camino de Santiago a través de toda la Cristiandad y sus piezas, conocidas como Opus Limogiae (obra de Limoges, o made in Limoges, como dirían ahora) fueron joyas codiciadas por monarcas, nobles y religiosos para guardar en su interior tesoros preciosos y reliquias legendarias.
Píxide en esmalte de Limoges. S XIII
La destreza de estos maestros se perdió durante los siglos siguientes, cuando la ciudad fue arrasada, quemada y expoliada en las distintas guerras, pero a principios del siglo XVIII, en Sajonia, Alemania, dieron con el secreto para fabricar porcelana europea. El ingrediente misterioso era caolín, una arcilla blanca y no porosa, básicamente óxido de silicio y óxido de aluminio, que se fundía a altas temperaturas.
Los franceses encontraron un gran yacimiento de caolín en Saint Yrieix-la-Perche, cerca de Limoges, en 1768 y aquel hallazgo dio un buen impulso a la economía de la región. El intendente de Lemosín, el economista Anne Robert Jacques Turgot, Barón de Laune, consiguió que Luis XVI firmara un edicto para que Limoges fuera la única ciudad de Francia que fabricara porcelana real. Desde ese instante los maestros limogenses pusieron en práctica las técnicas de horneado y vidriado pasadas de generación y generación; y aprendieron de los arcanos los misterios de la porcelana, las proporciones de la mezcla (caolín, cuarzo y feldespato) y la graduación de la temperatura de los hornos (entre 1400 y 1500 grados). Comprobaron que necesitaban tres cocciones o cochuras: una para la pasta (el bizcocho), otra para el vidriado (el barniz) y una tercera para los esmaltes (pinturas en color). Marcaban las piezas en cada parte del proceso y obtenían un material homogéneo y finísimo, tan sonoro como el de China y de tanta calidad que no tardó en competir con las fábricas de Meissen y de Viena, consideradas hasta entonces las  mejores de Europa.  
La ciudad recuperó su fama. Aquella porcelana era tan dura y tan brillante que permitía elaborar tipologías nuevas, en concreto unas cajitas articuladas con bisagras de metal, delicadamente ornamentadas en el exterior, que se utilizaban sobre todo para rapé. También se hicieron más grandes, pequeños estuches que se usaban como carnets de baile, costureros o tocadores pero, sobre todo, para esconder y transportar mensajes entre enamorados y concertar citas y rendez-vous. Estas cajitas de los nobles franceses del XVIII son todavía hoy preciadas piezas de coleccionista que muchos aficionados muestran con orgullo en sus vitrinas.
En 1781 la primera fabrica de porcelana de Limoges fue puesta bajo el patrocinio del conde d'Artois, el hermano de Luis XVI, y comprada por el propio rey tres años después, en 1784. La idea era producir las piezas en bizcocho, sin segunda cochura, para que fueran decorados por los maestros de la Real Manofactura de Sèvres, cerca de París. Allí se cubrirían de dibujos, de figuras y de color. Pero se puso en práctica apenas unos meses. La Revolución detuvo las fábricas y la mayoría de las piezas y vajillas terminaron hechas añicos por el odio jacobino.
Plato Haviland, modelo Eden, porcelana de Limoges, c. 1920
Napoleón y los siguientes gobernantes pusieron de nuevo los hornos en funcionamiento y, gracias a las nuevas máquinas de la Revolución Industrial, durante el siglo XIX se multiplicaron con alegría: había dieciséis en 1827 y treinta en 1850. Las fábricas nacían y desaparecían dependiendo de la situación política y económica, promocionadas desde las exposiciones universales. El servicio a la rusa necesitaba vajillas y Limoges estaba lista para proporcionarlas. La mejor de ese momento fue Pouyat,  ganadora de varias medallas y famosa por sus bordes dorados y sus festones vegetales.
A mediados de ese siglo se creó en Limoges el sindicato de porcelanas y muchas tiendas locales ofrecieron sus propias piezas, elaboradas con diversos modelos y técnicas. El nombre de Limoges era ya una denominación de origen, una garantía de calidad y exquisitez independientemente de la pericia y del conocimiento de cada taller. Tener porcelana de Limoges en casa era tener, literalmente, un pedazo de Francia. Las piezas salidas de sus hornos cambiaban al signo de las modas, las formas variaban, los motivos también. Nuevas técnicas, como el estampado, ofrecían diseños complicados a buen precio. Se acuñó el término Blanc de Limoges, (blanco de Limoges), para referirse a unas porcelanas en bizcocho o vidriadas, sin esmaltes ni color, elaboradas con una técnica perfecta, de un blanco limpio y puro como la nieve, impecables en forma, grosor y sonoridad.
Tazas de desayuno en porcelana de Limoges
Los primeros ecos de Limoges llegaron a América en 1842, cuando David Haviland, un comerciante neoyorkino, envió a través del Atlántico su primer cargamento de porcelana francesa. El negocio fue bien, lo bastante bien como para que su hijo, Theodore, se atreviera a desafiar al cerradísimo sindicato de porcelanistas franceses y abriera una fábrica de porcelana en el mismo Limoges. Los tiempos de los localismos habían pasado y el mercado americano era una fruta demasiado golosa para que los franceses no desearan hincarle el diente. 
La fábrica de Haviland fue la primera creada para abastecer al público y al gusto yankees. De sus hornos salieron vajillas modernas que seguían las modas del momento, piezas art-nouveau y art-deco, y también otras imitando las chinerías y los orientalismos típicos del siglo XVIII. Los americanos hacían listas de espera para poder tener en sus aparadores una vajilla completa elaborada con la mejor porcelana francesa, decorada por artistas de prestigio y distribuida por un compatriota siguiendo su propio gusto, una vajilla que no chirriaba al contacto con los cubiertos y que mantenía intactos los colores con el pasar de los años, unos platos tan llamativos que todavía hoy adornan las mesas de cualquier amante de lo bello.




5 comentarios:

  1. Maravillosa la porcelana de Limoges, uno de nuestros buques insignia en Francia, junto con la cristalería de Saint Louis. Me encanta eso de :"Tener porcelana de Limoges en casa era tener, literalmente, un pedazo de Francia." No tengo esa suerte aún, pero estoy en ello. Gracias Almudena por este interesante artículo.

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  2. Excelente artículo, muchos menos "técnico" de lo que me esperaba a primera vista.. :)
    La porcelana de Limoges y la cerámica de Sèvres son instituciones... Hermosas vajillas de la mejor calidad y un placer especial sentarse a una mesa puesta con esa porcelana.
    No sabía que la locura revolucionaria había destruído muchas piezas.
    Pero lo que me fascina es cómo lo cuentas, como llevas el hilo de la historia y el artículo se hace corto...
    Gracias, Almudena, una vez más...

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    1. Elena, no nos iba a poner las temperaturas y proporciones, pero nos ha contado todo su origen, En España, creo recordar que por Extremadura había unas minas de caolín muy buenas, lo se porque su propietario iba a " tomar la aguas" Balneario de Liérganes
      Como siempre Almudena instruyendo a los profanos en el arte de la mesa. Gracias
      J. Gerónimo

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  3. Color, textura, sonoridad, resistencia...
    Siglos de "saber hacer" han convertido las creaciones en porcelana en verdaderas obras de arte, y nada como una vajilla de Limoges para disfrutar del placer de la buena mesa.
    Gracias Almudena.

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  4. Cordiales saludos. Por favor me podrían informar sobre la porcelana LIMOGES Made in USA?. Tengo una colección en mi casa que es de mi abuela y deseo saber el año aproximado de su fabricación. Gracias

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