viernes, 18 de octubre de 2013

El brunch de los perezosos y noctámbulos

Brunch preparado con champagne, caviar, huevos, blinis, bollos y fruta
Pocas cosas hay más desagradables que la resaca y sus síntomas: la boca pastosa, la cabeza latente, el estómago revuelto, los músculos abotargados y la sensación de malestar. El ser humano ha tratado de encontrar un remedio desde que sintió por primera las consecuencias del alcohol, muchas soluciones han corrido de boca en boca para librar al organismo de sus estragos: tomar leche antes dormir, beber un Bloody Mary al despertar, pepinillos en vinagre, Alka Seltzer... todos ellos inútiles comparados con los efectos de un largo sueño reparador seguido de uno de los mejores inventos del siglo XX: el brunch.
En la cultura occidental, la mañana del domingo ha tenido siempre una consideración distinta a las demás. Los cristianos se levantaban e iban a misa en ayunas: para comulgar –tomar el pan consagrado–, era necesario un organismo limpio de impurezas. A la salida, sobre la una de la tarde, la mayoría de los fieles comía algo que mataba el hambre, una especie de aperitivo más fuerte que el desayuno pero más ligero que el almuerzo que combinaba elementos de los dos.
En Inglaterra se perdían el desayuno. Era la mejor comida del día, no en vano se dice que para comer bien en las islas hay que desayunar tres veces. El famoso English breakfast contiene prácticamente cualquier cosa imaginable; combina alimentos calientes y fríos, dulces y salados. El más normal comienza con cereales y zumo de naranja, continúa con un plato de huevos, salchichas, bacon, alubias, tomates y champiñones y termina con tostadas con mantequilla y té o café.
Desayuno británico (English breakfast)
Preparar esta apabullante comida matinal requiere tiempo y dedicación y son dos cosas que empezaron a escasear a finales del siglo XIX. La industrialización y la paulatina incorporación de la mujer al mundo laboral exigían un cambio de hábitos. Los ingleses, poco a poco, fueron renunciando a sus esencias patrias y, por cuestiones prácticas, apostaron por el desayuno continental, es decir: café y tostadas o bollos, con una sola excepción: el domingo.
El brunch es, en realidad, una prolongación del desayuno británico, tanto en horario como en ingredientes. El primer registro escrito del término (una contracción de las palabras breakfast -desayuno- y lunch -almuerzo-) data de 1895, cuando en un articulo del Hunter’s Weekly (Semanario del cazador) titulado Brunch: A Plea (Brunch, una plegaria) el autor, un británico llamado Guy Beringer propuso una especie de colación que se sirviera a media mañana y que disfrutaran los menos madrugadores. Para Beringer, el brunch era ideal, tanto para los fieles que salían de misa, como para los cazadores de los campos o para los noctámbulos y juerguistas que querían rematar o continuar la noche anterior. Sugería que, además de café o té, se tomaran cócteles suaves.
El brunch combina toda una serie de factores que lo hacen perfecto para un domingo perezoso. Es un acto social que se disfruta en compañía, no un desayuno simple y solitario. Se puede tomar en casa o fuera, aunque lo más habitual es lo último. Permite dormir. porque empieza a partir de las 11 y contiene todo lo necesario paran aliviar un cuerpo deshidratado y dolorido: proteínas, grasas, minerales y, además, una pequeña cantidad de alcohol que actúa como medicina homeopática para las naturalezas más perjudicadas.
Brunch con queso, pescado, zumos y batidos
Al principio, sólo la alta sociedad británica y americana, (que no madrugaba) o a las clases más pobres (que no podían permitirse una comida completa), tomaban el brunch. Pero la costumbre arraigó con fuerza en América, sobre todo a partir de la primera Guerra Mundial. En los locos años veinte, los más fiesteros ya organizaban almuerzos para reconfortar el cuerpo tras una noche de excesos. Las iglesias estaban vacías y los americanos buscaban alternativas para las mañanas del domingo.
En los años 30, las estrellas de Hollywood que atravesaban América se acostumbraron a hacer parada en Chicago para tomar un desayuno fuerte. Como gran parte de los restaurantes estaban cerrados a esa hora, los hoteles acogieron con alegría a los glamourosos clientes, anunciando su brunch en los menús y escaparates. Pero las estrellas querían beber  y algunos locales de la ciudad especialmente contentos de saltarse Ley Seca, les ofrecieron algunos cócteles fáciles de disimular a primera vista. Este fue el caso de las mezclas de zumo de fruta con vino espumante (como el Mimosa o su hermano, el Bellini) y el Bloody Mary (un combinado de vodka y zumo de tomate). Eran bebidas ligeras, sofisticadas y maridaban perfectamente con la bollería y los huevos.
En el menú de un brunch cabe casi cualquier cosa. En la década de los 40, el Hotel Fifth Avenue, de Nueva York, ofrecía zumo de col, cocktail de gambas, hígado de ternera y bollos. Hoy en día se puede encontrar prácticamente de todo: ensaladas, carnes, bagels, fiambres, quesos, pastel de limón o de ricotta, tortitas, sandwiches, fritos, comida china, japonesa o mexicana. Todo es posible y todo es aceptado, aunque el plato estrella del brunch por excelencia es y serán siempre los huevos Benedict.
Huevos Benedict
Corren distintas explicaciones sobre su origen. Unos dicen que fue un tal Lemuel Benedict, un corredor de bolsa con una resaca importante, quien pidió en el lujoso Waldorf Astoria una tostada con bacon, huevos escalfados y salsa holandesa. Otros afirman que los inventó el comodoro E.C. Benedict, un banquero que murió en 1920, porque la receta aparece en un libro de un tal  Edward P. Montgomery, quien menciona que se la había enseñado su madre, quien la recibió de su hermano, que era, a su vez, amigo del comodoro. Y hay también quien cuenta que el plato se inventó en el restaurante neoyorkino Delmónico's, al que un matrimonio llamado Benedict acudía todas las semanas.
Beringer estaría encantado de saber hasta dónde ha llegado su idea desde que inventó la palabra hace ya más de un siglo. El brunch sustituye al desayuno, pero también al almuerzo, y atenúa uno de los males a los que el ser humano más ha temido desde el principio de los tiempos: la resaca. En Estados Unidos es una institución de Pascua y del día de la madre, en Nueva York la gente incluso madruga para encontrar mesa en los mejores locales. Lo hacen, pero al hacerlo, desprecian una de las reglas de oro de las mañanas de los domingos, que pierden así una de sus características más propias: la despreocupada languidez.



8 comentarios:

  1. No podía faltar el brunch en Amor en la Mesa. Curioso enterarme de que es un excelente remedio contra la resaca... :) Siempre consideré que era la manera más inteligente de alimentarse: por las mañanas, con o sin resaca, muchos somos los que tenemos el estómago cerrado. Practico "brunchismo" desde hace décadas... y sí, ahora caigo... te pone buen cuerpo... ;)
    Mucho mejor que las famosas cuatro palabras que nos vienen a la mente antes del reparador sueño: "¿Por qué habré bebido?"
    Gracias una vez más, Almudena. Tus artículos son la guinda del viernes.

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  2. Me gusta especialmente esa sutil mezcla entre lo sacro y lo profano.

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  3. Sin un amor en la mesa los viernes no son viernes

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  4. Estoy con Juan Luis, aunque lo lea los sábados... Cómo me apetece un brunch!

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  5. Voy retrasadísima con los artículos, tan sagrados para mi como lo es "San Viernes". Me encanta el Brunch. Lo descubrí hace años cuando vivía en San Francisco, y a mi que me encanta comer me pareció una idea fabulosa. En París hay varios sitios que se dedican a servir Brunch, y hay unas colas increíbles para conseguir mesa.
    Me encanta tomar un brunch con champagne, y reemplazar el Alka Seltzer por huevos con salchichas!
    Gracias Almudena por tan lindo artículo y tan bellas fotos. Ça met l'eau à la bouche!!

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