viernes, 12 de abril de 2013

El té de las cinco

Todo listo para un low tea

El té llegó a Gran Bretaña al mismo tiempo que la Restauración monárquica. Catalina de Braganza lo tomaba en su Lisboa natal y Carlos II de Inglaterra, su marido desde 1662, aprendió a amarlo durante su exilio en Ámterdam, mientras escuchaba noticias sobre el gobierno puritano de Oliver Cromwell. Los reyes lo llevaron a Londres como un rito agradable, divertido y ameno: hervir agua, calentar la tetera, vaciarla, llenarla de hojas, cubrirla de nuevo con agua caliente, dejar reposar la mezcla, servirlo en tazas y tomarlo lentamente y a pequeños sorbos; era una especie de juego que requería atención, cuidado y tiempo. Por entonces el té sólo se vendía en las boticas como un brebaje medicinal capaz de curar casi todo, en la Corte apareció como una bebida legendaria y exótica, reverenciada por los círculos literarios del momento. Lo tomaban con tostadas, que acercaban al fuego con un pincho de hierro y untaban con sabrosa mantequilla. Además, aquella infusión caliente, al estar hecha con agua hervida, era tan sana como segura y se adecuaba perfectamente al húmedo clima británico. En pocos años remplazó a la cerveza ale y a los licores en los salones del castillo de Windsor.
El té era un producto caro que se guardaba bajo llave y requería reverencia. La nobleza británica, que necesitaba utensilios y herramientas para prepararlo, encargó a sus orfebres los primeros servicios en plata y metales preciosos, un auténtico despliegue de ostentación con el que hicieron justo lo contrario de lo recomendado por los sabios orientales: despreciar los barros y arcillas porosos que mantenían la temperatura y unificaban el sabor y optar por los materiales impermeables y fríos que ensuciaban el gusto de la mezcla. Pero no les importó. El brillo occidental se impuso a la devoción por las sombras. Los servicios básicamente consistían en una bandeja, un hervidor o kettle con su hornillo y su soporte, tetera, lechera y azucarero.
También necesitaban recipientes apropiados para beberlo. Las vajillas chinas incluían vasos, tazas y bandejitas. Pero eran tazas sin asa, pequeños cuencos complicados de sostener sin quemarse. Hubo que moldear las primeras tazas con un asa pequeña, del tamaño justo para apoyar tres dedos. El meñique, como  hacían en Oriente, debía ser invisible. Además, sustituyeron la bandeja rectangular china por unos platitos individuales con un pie algo más profundo, del diámetro justo de la base de la taza, que tenía varias funciones: recoger el té que caía, volver a arrojarlo dentro, y/o apoyar la cucharilla. 
Servicio de té de plata y marfil
A mediados del siglo XVIII el té era ya era muy popular entre las clases más privilegiadas y alcanzó a la burguesía. Nacieron los Tea Gardens, parques al aire libre con conciertos, juegos de bolos, rosaledas o bailes donde también servían té, con entrada de pago, aunque prohibida a los obreros. Cincuenta años más tarde llegaron los primeros cargamentos de té barato y negro de Ceilán a un precio que los trabajadores asumieron sin esfuerzo. También ellos tomaron el té, al llegar del trabajo, sobre las seis, con la familia reunida alrededor de una mesa abarrotada de cosas como cerdo asado, pastel de carne, salmón ahumado con ensalada, gelatinas, tarta de queso, salchichas,  pan, pasteles y quesos. Tomaban el té con leche caliente en vez de agua, y en mugs de cerámica, unas jarras altas parecidas a las que usaban en los pubs para beber cerveza. Era una cena a la que llamaron high tea, té alto, por la altura y el tamaño de la mesa. Las clases más privilegiadas no podían quedar impasibles ante la vulgarización de un antiguo ritual.y contraatacaron con lo que se llamó afternoon tea o low tea. 
Una tarde de verano, alrededor de 1840, Anne Russell, 7ª duquesa de Bedford, pasaba el verano.en Woburn Abbey, su impresionante 'casa de campo' de Bedfordshire.  En aquellos tiempos, la aristocracia no hacía más que dos comidas al día, aunque muy abundantes: el desayuno y la cena que, debido a la progresiva implantación de las lámparas de queroseno, se servía cada vez más tarde. Aquel día, Lady Anne tuvo hambre y pidió una taza de té con pasteles y sándwiches. Le sentó tan bien que la tarde siguiente invitó  a unos cuantos amigos a que la acompañaran.
Cuando recibía, Lady Anne desplegaba todo el conocimiento sobre el ritual del té asimilado durante generaciones. Sacaba su mejor juego de plata georgiana y extraía ella misma la mezcla de un juego de cajas de plata y madera cerradas con llave. Disfrutaba cada paso, dando a la bebida la importancia debida. Aquel verano el ritual de su salón azul se convirtió en costumbre y a lo largo de muchas tardes los invitados  acudieron puntuales a las cinco, para estar con la duquesa durante su paseo y su té. Cuando en septiembre de aquel año ella regresó a Mayfair para la temporada londinense, continuaron las reuniones, pero fijadas una hora antes, a las cuatro, justo antes de salir hacia Hyde Park.
Woburn Abbey
Otras damas de sociedad, incluida la propia reina Victoria, siguieron su ejemplo. Todas querían mostrar sus conocimientos y sus vajillas, y el afternoon tea se transformó en una institución. Las principales ladies de la época elegían su propio día de recibo y realizaban todo un despliegue en su salón particular. Cada día se celebraba, al menos, un té en una casa distinta y los invitados coincidían a menudo. Los imprescindibles eran un servicio de té de plata, tazas y platos de porcelana, pastas, bollos, sándwiches y, por supuesto, té. 
Con una llamada, el servicio traía la gran bandeja, la colocaba en una mesa pequeña y desaparecía. Servir el té era y sigue siendo una exhibición de destreza reservado a la anfitriona, que se guardaba para sí el papel de maestro de ceremonias y ejecutaba el ritual sin apoyos, sosteniendo el platito, la taza y la cucharilla con la mano izquierda mientras servía el té con la derecha. Preguntaba sobre sus preferencias de azúcar, limón o leche y, tras aderezar la infusión, pasaba el brebaje con una sonrisa. El low tea se servía en una mesa baja y sus reglas eran estrictas e inamovibles. Nunca una taza sin plato ni un plato sin cuchara. Leche y limón nunca juntos. La mantequilla no desde el mantequillero, sino desde la porción que cada uno se sirve en su plato. El dedo meñique, invisible. Entre la élite victoriana se popularizó la expresión 'rather milk in first' (bastante leche al principio) para condenar a los socialmente inferiores y ridiculizar a las gobernantas de clases medias que normalmente ponían la leche en la taza antes del té, llamándolas 'señoritas de la leche antes' ('milk-in-first misses'). 
Eliza Doolitle toma el té dando a entender que ya es una dama
El saber preparar y servir el low tea pasó a definir a una persona tanto como  su acento o su ropa. Se enseñaba y practicaba en los colegios privados femeninos y era un tema (casi) tan serio como cualquier asignatura. Con su plata y sus modales, la aristocracia británica  transformó un rito ancestral en otro de conciencia de clase e inventó una nueva prueba de fuego difícil de superar para todos aquellos que quisieran entrar en su infranqueable y diminuto mundo: ser capaces de tomar una taza de té sin el apoyo de una mesa. 

7 comentarios:

  1. Esa foto del servicio de té me transporta a mi infancia, cuando yo desayunaba té con leche. Desde luego, no respetaba las reglas de la etiqueta pero... me encantaba el té. Me sigue encantando. Siento que ya no le damos la importancia que merece. No tanto en el ritual de la mesa del té sino ya en términos generales: soy la única en mi trabajo que, nada más llegar, se lleva un té a su mesa.
    Me encantaría que hubiera Tea Gardens. Sería una habitual.
    Delicioso como siempre, Almudena. El té, el servicio, la mesa... el artículo. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, pero ya ves... en el té no hay una etiqueta, sino muchas. La china, la japonesa, la marroquí, la rusa, el high tea, el low tea... y la tuya propia.

    ResponderEliminar
  3. Me he tomado tres tés distintos hoy. Hacía mucho que no lo hacía. Tus escritos me inspiran, no sólo me cultivn y deleitan... :)

    ResponderEliminar
  4. Almudena,gracias por los artículos del té, son estupendos! Qué maravilla leerte princesa. Personalmente y en mis hábitos diarios no soy una "forofa" del té pero en mi viaje a Marruecos no faltaban a diario, con menta y mucha azucar moreno... deliciosos!!! Cómo llegó a Marruecos? allí es un habitual en cualquier lugar de encuentro...quizás en el próximo artículo??? Un beso,

    ResponderEliminar
  5. Gracias a ti por leerlos, María. Habrá más artículos sobre té, imagino... el tema da para mucho. Pero voy a variar un poco y a meterme en otros asuntos y ya lo retomaré. Queda el té ruso, el té árabe... bufff. Besos.

    ResponderEliminar
  6. También podías incluir un artículo sobre el Tea Party, que es de tu propia cosecha y una estupenda costumbre, por cierto. Un besazo!

    ResponderEliminar
  7. Uy, qué va, Mónica... eso ya sería meterme en política. :)

    ResponderEliminar