Todo listo para un low tea |
El té llegó a Gran Bretaña al mismo tiempo que la Restauración monárquica. Catalina de Braganza lo tomaba en su Lisboa natal y Carlos II de Inglaterra, su marido desde 1662, aprendió a amarlo durante su exilio en Ámterdam, mientras escuchaba noticias sobre el gobierno puritano de Oliver Cromwell. Los reyes lo llevaron a Londres como un rito agradable, divertido y ameno: hervir
agua, calentar la tetera, vaciarla, llenarla de hojas, cubrirla de nuevo con
agua caliente, dejar reposar la mezcla, servirlo en tazas y tomarlo lentamente
y a pequeños sorbos; era una especie de juego que requería atención, cuidado y
tiempo. Por entonces el té sólo se vendía en las boticas como un brebaje
medicinal capaz de curar casi todo, en la Corte apareció como una bebida
legendaria y exótica, reverenciada por los círculos literarios del momento. Lo tomaban con tostadas, que acercaban al fuego con un pincho de hierro y untaban con sabrosa mantequilla. Además, aquella infusión caliente, al estar hecha con agua hervida, era tan sana como
segura y se adecuaba perfectamente al húmedo clima británico. En pocos
años remplazó a la cerveza ale y a los licores en los salones del castillo de Windsor.
El té era un producto caro que se guardaba bajo llave y requería reverencia. La nobleza británica, que necesitaba utensilios y herramientas para prepararlo, encargó
a sus orfebres los primeros servicios en plata y metales
preciosos, un auténtico despliegue de
ostentación con el que hicieron justo lo contrario de lo recomendado por los sabios orientales: despreciar
los barros y arcillas porosos que mantenían la temperatura y unificaban el
sabor y optar por los materiales impermeables y fríos que ensuciaban el gusto de la mezcla. Pero no les importó. El brillo occidental se impuso a la devoción por las
sombras. Los servicios básicamente consistían en una bandeja, un hervidor o kettle con su hornillo y su soporte, tetera, lechera y azucarero.
También necesitaban recipientes apropiados para beberlo. Las vajillas chinas incluían vasos,
tazas y bandejitas. Pero eran tazas sin asa, pequeños cuencos complicados de sostener sin quemarse. Hubo que moldear las primeras tazas con un asa pequeña, del tamaño
justo para apoyar tres dedos. El meñique, como hacían en Oriente, debía ser invisible. Además, sustituyeron la bandeja rectangular china
por unos platitos individuales con un pie algo más profundo, del diámetro justo
de la base de la taza, que tenía varias funciones: recoger el té que caía,
volver a arrojarlo dentro, y/o apoyar la cucharilla.
Servicio de té de plata y marfil |
A mediados del siglo XVIII el té
era ya era muy popular entre las clases más privilegiadas y alcanzó a
la burguesía. Nacieron los Tea Gardens, parques al aire libre con conciertos,
juegos de bolos, rosaledas o bailes donde también servían té, con entrada de
pago, aunque prohibida a los obreros. Cincuenta años más tarde llegaron los primeros cargamentos de té barato y negro de Ceilán a un precio que los
trabajadores asumieron sin esfuerzo. También ellos tomaron el té, al llegar del trabajo, sobre las seis, con la familia reunida alrededor de una mesa abarrotada de cosas como cerdo asado, pastel de carne, salmón ahumado con
ensalada, gelatinas, tarta de queso, salchichas, pan, pasteles y quesos. Tomaban el té con leche caliente en vez de agua, y en mugs de cerámica, unas jarras altas parecidas a las que usaban en los pubs para beber cerveza. Era una cena a la que llamaron high tea, té alto, por la altura y el tamaño de la mesa. Las clases más privilegiadas no podían quedar impasibles ante la vulgarización de un antiguo ritual.y contraatacaron con lo que se llamó afternoon tea o low tea.
Una tarde de verano, alrededor de 1840, Anne Russell, 7ª duquesa de Bedford, pasaba el verano.en Woburn Abbey, su impresionante 'casa de campo' de Bedfordshire. En aquellos tiempos, la aristocracia no hacía más que dos comidas al día, aunque muy abundantes: el desayuno y la cena que, debido a la progresiva implantación de las lámparas de queroseno, se servía cada vez más tarde. Aquel día, Lady Anne tuvo hambre y pidió una taza de té con pasteles y sándwiches. Le sentó tan bien que la tarde siguiente invitó a unos cuantos amigos a que la acompañaran.
Cuando recibía, Lady Anne desplegaba todo el conocimiento sobre el ritual del té asimilado durante generaciones. Sacaba su mejor juego de plata georgiana y extraía ella misma la mezcla de un juego de cajas de plata y madera cerradas con llave. Disfrutaba cada paso, dando a la bebida la importancia debida. Aquel verano el ritual de su salón azul se convirtió en costumbre y a lo largo de muchas tardes los invitados acudieron puntuales a las cinco, para estar con la duquesa durante su paseo y su té. Cuando en septiembre de aquel año ella regresó a Mayfair para la temporada londinense, continuaron las reuniones, pero fijadas una hora antes, a las cuatro, justo antes de salir hacia Hyde Park.
Otras damas de sociedad, incluida la propia reina Victoria, siguieron su ejemplo. Todas querían mostrar sus conocimientos y sus vajillas, y el afternoon tea se transformó en una institución. Las principales ladies de la época elegían su propio día de recibo y realizaban todo un despliegue en su salón particular. Cada día se celebraba, al menos, un té en una casa distinta y los invitados coincidían a menudo. Los
imprescindibles eran un servicio de té de
plata, tazas y platos de porcelana, pastas, bollos, sándwiches y, por supuesto,
té.
Una tarde de verano, alrededor de 1840, Anne Russell, 7ª duquesa de Bedford, pasaba el verano.en Woburn Abbey, su impresionante 'casa de campo' de Bedfordshire. En aquellos tiempos, la aristocracia no hacía más que dos comidas al día, aunque muy abundantes: el desayuno y la cena que, debido a la progresiva implantación de las lámparas de queroseno, se servía cada vez más tarde. Aquel día, Lady Anne tuvo hambre y pidió una taza de té con pasteles y sándwiches. Le sentó tan bien que la tarde siguiente invitó a unos cuantos amigos a que la acompañaran.
Cuando recibía, Lady Anne desplegaba todo el conocimiento sobre el ritual del té asimilado durante generaciones. Sacaba su mejor juego de plata georgiana y extraía ella misma la mezcla de un juego de cajas de plata y madera cerradas con llave. Disfrutaba cada paso, dando a la bebida la importancia debida. Aquel verano el ritual de su salón azul se convirtió en costumbre y a lo largo de muchas tardes los invitados acudieron puntuales a las cinco, para estar con la duquesa durante su paseo y su té. Cuando en septiembre de aquel año ella regresó a Mayfair para la temporada londinense, continuaron las reuniones, pero fijadas una hora antes, a las cuatro, justo antes de salir hacia Hyde Park.
Woburn Abbey |
Con una llamada, el servicio traía la
gran bandeja, la colocaba en una mesa pequeña y desaparecía. Servir el té era y
sigue siendo una exhibición de destreza reservado a la anfitriona, que se
guardaba para sí el papel de maestro de ceremonias y ejecutaba el ritual sin apoyos, sosteniendo el platito, la taza y la cucharilla con
la mano izquierda mientras servía el té con la derecha. Preguntaba sobre sus preferencias de azúcar, limón o leche y, tras aderezar la infusión,
pasaba el brebaje con una sonrisa. El low tea se servía en una mesa baja y sus reglas eran estrictas e inamovibles.
Nunca una taza sin plato ni un plato sin cuchara. Leche y limón nunca juntos.
La mantequilla no desde el mantequillero, sino desde la porción que cada uno se
sirve en su plato. El dedo meñique, invisible. Entre la élite victoriana se popularizó la expresión 'rather milk in first' (bastante leche al
principio) para condenar a los socialmente inferiores y ridiculizar a las
gobernantas de clases medias que normalmente ponían la leche en la taza antes
del té, llamándolas 'señoritas de la leche antes' ('milk-in-first
misses').
Eliza Doolitle toma el té dando a entender que ya es una dama |
El saber preparar y servir el low tea pasó a definir a una persona tanto como su acento o su ropa. Se enseñaba y practicaba en los colegios privados femeninos y era un tema (casi) tan serio como cualquier asignatura. Con su plata y sus modales, la aristocracia británica transformó un rito
ancestral en otro de conciencia de clase e inventó una nueva prueba de fuego difícil de superar para todos aquellos que quisieran entrar en su infranqueable y diminuto mundo: ser capaces de tomar una taza de té sin el apoyo de una mesa.