viernes, 25 de octubre de 2013

Los afrodisíacos de Catalina de Medici

Sandro Botticelli, El banquete de Nastagio degli Onesti (1483)
Catalina de Médici no había cumplido un año de vida cuando sus padres murieron en las pestes que asolaron la península itálica en 1519. Era hija única. Desde entonces fue una huérfana itinerante manejada por unos y otros, protegida por las más altas familias de Roma, Venecia y Florencia. Pasó la infancia en los palacios y conventos del mejor renacimiento italiano, rodeada de arte, belleza y sabiduría, una niñez solitaria, sin casa, sin padres y sin hogar, pretendida por muchos y acosada por todos, que dejó en su corazón una profunda huella y cinceló un carácter que, con el tiempo, destacaría por su tenacidad y su dureza. Pero nunca fue hermosa. Ni siquiera a los catorce años cuando, rodeada de fastos  y de pompa, vestida en encajes y diamantes, accedió a los deseos de su tío, el Papa Clemente VII y aceptó casarse con Enrique de Orleans, el segundo hijo del Rey de Francia.
El novio tenía exactamente su misma edad y no sentía ningún entusiasmo por la boda. Era un chico oscuro, tímido, traumatizado por una larga reclusión en España y no quedó tan deslumbrado como su padre, el rey, por la inteligencia, los modales, la dote y el ajuar de la novia. Para él no era más que una niña regordeta, golosa, de ojos saltones y modales extrovertidos con la que tenía que casarse.
Catalina de Medici,, por Corneille de Lyon (m. 1575)
Al contraer matrimonio, Catalina de Medici se convirtió en una Valois, una dinastía real que necesitaba herederos para continuar en el trono. La consumación del matrimonio era, por tanto, cuestión de Estado. La noche de bodas, la reina de Francia y sus damas acompañaron a Catalina a la alcoba y el rey permaneció junto al lecho, observando las peripecias de los inexpertos amantes. Al salir, declaró que ambos "habían demostrado coraje en la liza".
La pareja pasó los siguientes diez años tratando de tener un heredero. Catalina lo deseaba a toda costa, pero Enrique no ponía demasiado interés, enamorado como estaba de una mujer más atractiva y más experta, Diana de Poitiers, 19 años mayor que él. Y aunque los esposos compartían cama, no conseguían generar suficiente pasión como para hacer saltar la vida.
Con la muerte del delfín se convirtieron en delfines, con la del rey serían reyes. Pasaba el tiempo sin indicios de embarazo. Catalina, amante de la ciencia, el ocultismo, la astronomía, la física y las matemáticas, recurría a todos los conocimientos de la época para seducir a Enrique. Trataba de mejorar su escasa belleza depilándose las cejas, dilatando sus pupilas con belladona, empolvándose la cara con polvos de arroz, pintándose los labios y apretando su cintura con un estrecho corsé. Además, puso patas arriba las cocinas de Fontainebleau. Asesorada por el ejército de cocineros, reposteros y vinateros que se trajo de Italia, regalo de boda del Papa y de la más alta nobleza, organizó magníficas fiestas y banquetes. Confiaba en el poder afrodisiaco de ciertos alimentos y tomaba a menudo cosas como cardo, cebollas, cebolletas, pepinos, apio, setas y habas, pero sobre todo alcachofas (que los franceses aprendieron a cocinar al vino tinto), y espinacas, que ella prefería preparadas "a la florentina".
Catalina disfrutaba con la comida y era una maestra a la hora de recibir. Hizo de cada convite un acto político y puso todo sus esfuerzos y su buen gusto en mejorar la imagen de Francia. El siglo XVI era el siglo de las protestas, el siglo protestante y muchos viejos valores medievales se tambaleaban. Sus banquetes no eran sólo una manera de divertir a su esposo, eran una forma de impresionar y enaltecer a la monarquía. Las fiestas se prolongaban durante semanas e incluían comida, música, torneos, danza, teatro, poesía o incluso arquitecturas efímeras; palacios y naves completos, construidos en madera, admirados por los monarcas y dignatarios extranjeros. Ella trataba de combinar y poner todos los recursos a su alcance en un mismo espectáculo, la numerología y la astronomía, la mitología y ciencia, las artes mayores y menores. Como cuando sirvió sólo alimentos divisibles por tres: 33 asados de cabra, 33 liebres, 6 cerdos, 66 gallinas de caldo, 66 faisanes, 3 partidas de judías, 3 de guisantes y 12 docenas de alcachofas.
Diana de Poitiers, por Jean Capassin (1499-1566)
La delfina sentó las bases de la gastronomía francesa. Sus cocineros conocían la limonada y la naranjada; sus jardineros, las hierbas y verduras llegadas del nuevo mundo; sus vinateros, nuevos métodos de producción desconocidos y licores como el aguardiente. En las cocinas de sus palacios y castillos usaban aceite de oliva y separaban los sabores dulces y salados. Gracias a ella los franceses aprendieron a preparar pasta y platos como el pato a la naranja, la sopa de cebolla, el pollo al vino, el consomé, el faisán a las uvas, el vol-au-vent y los hojaldres. También descubrieron los helados cremosos, las esculturas de azúcar y una infinidad de golosinas y dulces.
Los franceses no tuvieron más remedio que acostumbrarse a los hábitos de la "gorda bodeguera italiana", como la llamaban algunos, porque ella pensaba que las fiestas y los bailes eran la mejor manera de mantener ocupada a la nobleza, distraída de las conspiraciones. Al llegar al palacio de Fontainebleau pidió a los cortesanos que organizaran un espectáculo distinto cada día. En su corte, damas y caballeros se sentaban juntos y utilizaban cubiertos. Su vajilla era una de las mejores del Renacimiento: fuentes y recipientes de cristal de roca tallada que se encuentran entre las joyas más admiradas del género, objetos creados para la reina a menudo ornados con camafeos y con hilos de plata y oro, centros de mesa llenos de flores. 
Pero ni su brillantez en materia de saraos, ni su amor por la comida, el arte, la música, los espectáculos y las fiestas podían hacer que concibiera un hijo. Muchos recomendaban al rey que la repudiara y el delfín no oponía resistencia. La cosa empeoró cuando una amante esporádica de Enrique dio a luz un hijo ilegítimo. La virilidad y la fertilidad del marido quedaron probadas y la posición de la joven en la corte empezó a hacer agua en serio. A punto de ser reenviada de vuelta a Italia, se postró ante el rey y, con lágrimas en los ojos, suplicó clemencia. Francisco I, que la apreciaba y en el fondo no quería más problemas, la concedió.
Catalina tomó nuevas medidas. Mandó hacer unos agujeros en la alcoba de Enrique para espiar sus encuentros con Diana de Poitiers y estudió las técnicas sexuales que la hacían irresistible. No fue una experiencia agradable, pero superó la prueba. También habló con Diana para que, por el bien de Francia, empujara a Enrique al lecho conyugal.
Anillo con esmeralda, perteneciente a Catalina de Medici
Muchos dicen que fueron sus médicos y físicos, pero lo más seguro es que fuera la propia Diana quien, movida por el deseo de humillar a su rival, aconsejó a Catalina que comiera cenizas de rana y testículos de cerdo, bebiera litros de orina de mula o pusiera estiércol de vaca y cuernos de ciervo en su "fuente de la vida", remedios que evidentemente alejaron al heredero todavía más.
Por fin, en 1544, un nuevo médico encontró algunos desarreglos en sus órganos genitales que corrigió con cirugía y le dio un par de consejos sensatos. Mas de nueve años después de la boda y tres antes de la muerte del rey, la delfina dio a luz a su primogénito, Francisco. A lo largo de los trece años siguientes, tuvo otros nueve hijos más, entre los que se cuentan tres reyes de Francia y una reina de España. Ella se convirtió en una de las mujeres más poderosas del siglo XVI y sus fiestas en "magnificencias" que pasearía por las principales ciudades de Europa. Y todo porque una vez alguien le aconsejó que confiara más en el pato a la naranja y menos en el estiércol de vaca.



5 comentarios:

  1. No conocía el final, o lo había olvidado: dio a luz tres reyes y una reina. Hubo que esperar diez años... Maravillosa historia, Almudena, digna del culebrón Real que es la historia de las Monarquías.
    También ayudó la ciencia, como bien subrayas... ;)
    Pero está claro que, aunque tarde, al hombre también se le conquistó por el estómago... ;)
    Excelente capítulo, gracias tantas... :) :)

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  2. Me alegro por ella, son demasiadas las veces en que las "rubias y tontas" desplazan de su legítimo lugar a las menos agraciadas, pero más inteligentes y sabias. Con esfuerzo y perseverancia todo se consigue.

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  3. Maravillosos detalles que desconocía de la más que interesante vida de Catherine de Médicis (disculpa, me sale mejor así). À lire et à relire, esta entrada me ha encantado. Gracias por deleitarnos los viernes. (Firma : una rubia).

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  4. Ni idea del anecdotario tan extenso de Catalina de Médicis. He pasado in rato muy ameno. Gracias

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  5. Me gusta esta idea de ir reeditando artículos. Yo por ejemplo me enganché tarde y tuve que comenzar desde el primero.

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