Mesa en porcelana de Meissen (Dresde, Alemania). Siglo XVIII |
Pocas fórmulas han sido más buscadas en la historia que la de la porcelana: una pasta delgada como el papel, blanca como la leche, sonora como una campanilla y tan translúcida que, a la luz de una vela, deja ver la danza de las sombras; una arcilla mezclada que soporta temperaturas de casi 1500 grados sin agrietarse, tan dura que resiste al acero y tal maleable que permite complicadas formas que se elevan al cielo desafiando las leyes de Newton.
Occidente conocía el material desde los tiempos de la Ruta de la Seda, aunque eran pocas las piezas que llegaban intactas tras un viaje de miles de kilómetros a través de Asia y Europa. Fue el italiano Marco Polo (1254-1324) quien, tras una de sus expediciones, denominó "porcellana" a la cerámica más bella entonces conocida, haciendo alusión al porcello, (cerdito) nombre coloquial que, por su curiosa y erótica forma, daban en su tierra a un molusco llamado caurí. Según Marco Polo, eran las conchas molidas del cauri las que proporcionaban a la pasta su particular dureza, brillo y sonoridad y, aunque se equivocaba, poco tardó el nombre en extenderse por el mundo.
En Europa, el precio de la porcelana subió y subió. Muchos nobles o afortunados querían en sus casas jarrones y vajillas fabricados con aquella pasta suave y sonora, un gran lujo presente en escasas mansiones que llegaba de la lejana China. Aquel oro blanco era una rara exquisitez por la que se pagaban cifras exorbitantes y llegó a utilizarse como moneda de cambio. Quien hallara la fórmula se convertiría en un hombre rico y poderoso. Pero los chinos, celosos de sus secretos, guardaban el misterio en sus alfares sin revelarlo bajo pena de muerte y horribles torturas.
A finales del siglo XVI, en la corte florentina de Francisco de Medici, se hicieron intentos de cocción a altas temperaturas con una pasta blanda fabricada con feldespatos, calcio, cuarzo y otros minerales. El resultado, aunque bello y aparente, distó mucho de parecerse a lo auténtico y pronto cayó en el olvido. Después Europa creó la pasta frita y la pasta tierna y el vidrio blanco y la loza vidriada que, aunque bonitas, no eran igual.
![]() |
Porcelana Imperial china, época Zhengde (1506-1521), Dinastía Ming. |
A principios del XVIII, un jesuita francés asentado en China, Francisco Javier d'Entrecolles, descubrió por fin el componente secreto de aquel material. Era caolín, nombre que, literalmente, significa "monte alto" y que aludía a una arcilla blanca y fina que se encontraba en una montaña cercana a Jingdezhen, cuyas partículas, mezcladas con feldespato y cuarzo, soportaban altísimas temperaturas sin alterarse. d'Entrecolles descifró los componentes, pero no las proporciones o la técnica, con lo que su descubrimiento tampoco fue útil.
Casi al mismo tiempo llegó a la corte de Dresde Johann Friedrich Böttger, un joven de diecinueve años que afirmaba conocer el secreto para fabricar oro. Böttger huía del Rey de Prusia, Federico I, que creía en unas promesas que el propio alquimista sabía que no era capaz de cumplir, y pidió refugio al elector de Sajonia, Augusto II "El Fuerte", quien, tras recibirlo en audiencia, lo puso inmediatamente a las órdenes de Ehrenfried Walther von Tschirnhaus, su alquimista de corte, un físico, matemático y filósofo brillantísimo que tenía trato y correspondencia con personalidades de la talla de Newton, Spinoza o Leibniz.
![]() |
Plato con decoración sobre "El Quijote". Porcelana de la Compañía de Indias. Jingdezhen/Cantón, h. 1750 |
Böttger se negó a trabajar a las órdenes de nadie. Hizo falta un encierro de dos años en la cárcel de Dresde para que, a regañadientes, aceptara incorporarse al laboratorio de Tschirnhaus. Por fin, en 1708, presentaron una fórmula definitiva al Elector, que anunció satisfecho la inmediata puesta en marcha la primera fábrica de porcelana europea en su castillo de Albrechtsburg, en Meissen, y ofreció al maestro una auténtica fortuna por ponerse al frente de la producción. Tschirnhaus no quiso aceptar cargo alguno hasta que la fábrica estuviera en marcha, pero el 11 de octubre de 1708 enfermó misteriosamente de una fuerte disentería y, tras pronunciar sus últimas palabras ("¡Triunfo! ¡Victoria!"), murió retorciéndose entre dolores espantosos. Tres días más tarde hubo un robo en el taller y, cuando se hizo inventario de los bienes, muchas de sus notas pasaron a manos del joven asistente que asumió inmediatamente el puesto del maestro. La producción comenzó en 1710 a las órdenes de Johann Friedrich Böttger, considerado por los siglos el inventor de la porcelana en Europa.
Enlaces (en inglés):
Cartas del Padre d'Entrecolles
Biografía de Tschirnhaus
Enlaces (en inglés):
Cartas del Padre d'Entrecolles
Biografía de Tschirnhaus