Erasmo de Rotterdam (detalle). Hans Holbein, 1523 |
En la Edad Media, la sociedad europea
estaba organizada en grupos estancos e independientes. En la cima de la
pirámide, la Iglesia, las cortes y sus nobles. Abajo, en el submundo, los siervos de los
señores. En el medio, toda una serie de oficios y profesiones: soldados, comerciantes,
artistas y artesanos, regidos todos por las leyes que marcaban sus gremios y sus guildas, unas normas prácticas que fijaban los deberes de un oficio y no un comportamiento
social.
Los nobles de los castillos pasaron de ser violentos guerreros a cortesanos domesticados. Aparecieron los primeros textos sobre las virtudes de los
caballeros, obras como la Glosa
castellana al Regimiento de Príncipes, el Llibre de
Cortesía y, por fin, a principios del siglo XVI, El
Cortesano, de Baltasar de Castiglione. Esa cortesía que promulgaban es un término que etimológicamente remite a las cortes caballerescas medievales, a las clases dominantes y, más que un catálogo de buenas maneras, transmitía un tipo de moralidad. Ser cortés implicaba virtudes como sinceridad, bondad, nobleza de
corazón, piedad, templanza, o prudencia; cualidades como el valor, la fidelidad a
la palabra dada, el desprecio por el cansancio o la muerte; el orgullo de pertenecer
a un linaje, el amor a Dios y a Cristo y la lealtad a la nación en que se nace. Estos corteses caballeros cogían la carne con los dedos, usaban un mismo
plato, bebían el vino en la misma copa, sorbían la sopa del mismo cuenco y se limpiaban
los restos de comida con la manga o el vestido.
De la Urbanidad en la infancia. Ed. 1537. |
En 1530, dos años después de la publicación de El Cortesano, Erasmo de Rotterdam escribió
De civilitate morum puerilium, (De la urbanidad en la infancia), un tratado de buenos modales, práctico y
metódico, dedicado a un niño, Enrique de Borgoña. Lo dividió en veinte
capítulos que hablan del cuidado del cuerpo, del vestido, de la forma de
conducirse en la iglesia, en la mesa, en el juego y en el dormitorio. El autor, un humanista convencido, creía que la cultura universal eliminaría las desigualdades entre los hombres, que éstos crecerían gracias a los libros, porque sólo los ineducados y los no instruidos caían presos de sus pasiones irracionales. Erasmo se tomaba su labor con un celo evangelista blandiendo en sus manos, eso sí, los libros y no la cruz, porque no había en el mundo nada que detestara más que el fanatismo, el verdadero muro de la razón.
Cuando puso estas reglas por escrito, el autor no sabía (aunque posiblemente lo deseaba) que estaba sentando las bases de la democratización de las costumbres. De hecho, el sociólogo Norbert Elias da mucha importancia al texto y afirma que "transforma el concepto de civismo en el de civilización". Y sí. Porque Erasmo no presenta la educación como una herramienta para diferenciar a la nobleza de las clases populares, sino, sobre todo, al hombre del animal. Muestra una situación en la que un ser humano ve cómo otro come, se alimenta, sacia un instinto primario que puede ser desagradable a la vista.
En la mesa, el libro fija la posición de los
cubiertos (cuchillo y cuchara la derecha, pan a la izquierda) e impone reglas muy básicas de comportamiento: los comensales tienen que llevar
su propio cuchillo limpio. Los tenedores se usan, sobre todo, para
servir la carne de la fuente. Si alguien ofrece algo líquido, hay que probarlo
y devolver la cuchara seca. Se come con la mano, luego hay que lavarse las manos antes de comer. No hay que meter la mano en la
bandeja nada más sentarse, eso es cosa de lobos y glotones. No se hunden los dedos en la salsa. No hay que llevar las dos manos a la
fuente, sino utilizar sólo tres dedos de la derecha. Si éstos se llenan de
grasa, nunca es correcto chuparlos o secarlos en la ropa, hay que limpiarlos con la servilleta. No hay que ser el primero en abalanzarse sobre la bandeja que se presenta, tampoco que rebuscar en
la fuente, sólo tomar el trozo que aparece más a mano. No es correcto dar
la vuelta a la bandeja y coger el mejor pedazo. Lo que no quepa en la mano se colocará en el plato. Si alguien ofrece un trozo de comida con la cuchara, el contenido se pondrá en el plato o bien se tomará del cubierto y se devolverá limpio. Cuando se ofrece a los demás el vaso propio para beber, o si todos beben de una jarra común, hay que limpiarse la boca antes. Es mejor no ofrecer
a otro la carne que uno está comiendo, aunque esto sea signo de aprecio, porque no
es muy correcto ofrecer a otro lo que uno tiene ya medio comido. Volver a mojar en la salsa un trozo de pan del que ya se ha
mordido es de aldeanos y es todavía menos elegante sacarse de la boca los
trozos masticados y ponerlos de nuevo en la fuente. Si no se puede tragar
algo, hay que volverse disimuladamente y echarlo en alguna parte.
Banquete de monos. Ferdinand van Kessel, (1626-1679) |
El libro está escrito en segunda persona, con un modo imperativo y firme. Como toda la obra del humanista holandés, treinta años después de su publicación fue incluido en el Index librorum expurgatorum, el "Índice de libros prohibidos", una lista de las publicaciones que la Iglesia Católica catalogó como perniciosas para la fe. Aún así, fue un exitazo editorial. Antes de la muerte del autor, en 1536, se había reimpreso más de treinta veces y, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII sobrepasó las ciento treinta reediciones. Muy pronto se tradujo al inglés, al francés, al alemán y al checo. A España tardó algo más en llegar, aquí la sombra de la Contrarreforma fue muy alargada. Hubo una versión en catalán, pero la primera edición en castellano (bilingüe) apareció casi medio milenio después, en 1985, gracias a la traducción de Agustín García Calvo.
Desde su publicación, las costumbres de la mesa cambiaron, las formas se pulieron, los gustos se modificaron, cada época impuso sus normas, cada pueblo sus excepciones. A lo largo de los siglos siguientes, las clases altas introdujeron otras variantes para distinguirse, nuevos cubiertos de mesa, maneras de utilizarlos, usos, modos y conductas impuestos con una misma idea: eliminar de la mesa lo desagradable, lo feo que puede tener el comer. Los tenedores se volvieron prácticos, los dedos se apartaron de los alimentos y las bocas se mantuvieron cerradas. A partir de los cimientos levantados por Erasmo de Rotterdam se construyó el gran edificio de urbanidad que supone compartir la comida con los demás, el primer gesto que diferencia al humano de la bestia porque, como el propio humanista subraya, nadie puede para
sí elegir padres o patria; pero puede cada cual hacerse su carácter y
modales.
Enhorabuena Almudena! No dejas de sorprenderme con tu cultura, cómo sabes transmitirla y hacerla entretenida a la vez!! El artículo me llega especialmente... En mi opinión y por lo que leo en el artículo de hoy, antes la educación sólo estaba al alcance de unos privilegiados, pero hoy en día quien no la tiene es porque no quiere, no le gusta y le resulta más cómodo ser zafio; claro que a veces es más fácil dejarse llevar por los instintos más animales, pero hay que saber cuándo y cómo... En la mesa las buenas formas me parecen fundamentales porque se puede molestar al comensal que te acompaña pero la educación va más allá de la mesa: es un saber estar en cualquier ocasión. Personalmente me gusta rodearme de buena educación y detesto y me aparto de las malas maneras porque me incomodan,
ResponderEliminarGracias Almudena!!!
María
Incluso entre la que aún llaman aristocracia (española claro) la educación y las buenas formas como bien las llamas, dentro y fuera de la mesa, y ese saber estar incluso fuera de ella María y sigo como ves tus propias palabras, me parece penoso. Por supuesto no me refiero a la generalidad, sería una generalización simple y estúpida por mi parte, sino a cierto sector que en mayor o menor medida todos conocemos.Y esto lo digo porque a pesar de ello me siento orgulloso de mis raíces y a veces me averguenza que detereminadas personas sean la cara de nuestro país en el extranjero.(No me refiero en absoluto a la Monarquía). Uséase que estoy completamente de acuerdo contigo. Por último darle las gracias a Almudena de Maeztu, por esa sensibilidad a la hora de abordar asuntos tan profundos, y dar lugar a intercambio de opiniones tan enriquecedoras. Al menos para mí.
EliminarEste es uno de mis favoritos... :) Me ha encantado leer lo que nos has contado y me considero mejor persona -porque más educada- cada viernes. Desconocía todo sobre Erasmo de Rotterdam y sus enseñanzas. Lo describes de una manera tan fascinante que un niño pequeño se deleitará comprobando lo que se debe y no se debe hacer en la mesa (y en general).
ResponderEliminarResulta curioso comprobar cómo se deja atrás la barbarie mediante apenas unas pocas reglas de conducta y cómo un libro dedicado a un niño cambia las costumbres. O al menos pone el primer ladrillo.
Gracias por a buena educación.
Le voy a regalar ese libro a mis hijas!! Qué grande Erasmo... no conocía tampoco esta faceta. Un revolucionario!
ResponderEliminarNo podías hacer mejor regalo a tus hijos Mónica. :-))
EliminarExcelente y magnificamente documentado Art. Tanto Erasmo como Thomas More, Lord Canciller de EnriqueVIII son dos autores de referencia para mi, y mantuvieron una estrecha amistad a lo largo de su vida. ( Corta la de este ultimo como bien sabes). Sin embargo siento especial admiracion por la figura del "Gran Lord Canciller" por su inteligecia y sobre todo integridad Y coraje.
ResponderEliminarEnhorabuena por el post!